martes, 28 de febrero de 2023

Beata Ana María Taigi y una eterna taza de té


   El recinto de la Parroquia “La Santísima Trinidad” está en semipenumbras. Es temprano aún para la Misa.     Es 9 de Junio, tu fiesta, Beata Ana María Taigi. 
   Te contemplo en la gran pintura al costado del Templo. Sentada a la mesa de tu casa, rodeada de algunos de tus hijos, con el escapulario trinitario como única e irreemplazable joya.   Confieso que me tienes intrigada desde mis 13 años. Por aquella época mi inocente corazón pensaba:
   “-¿Como puede ser beata si no es monja?” y, sin atreverme a preguntar demasiado, sólo me contentaba con observarte de reojo durante las Misas.
   El paso de los años fue desdibujando en mí tu rostro y mis dudas.
   Pero hoy es tu fiesta y me gustaría poder hablar un momento contigo. Preguntarte tantas cosas. Por el título de “beata” me pareces lejana, casi inalcanzable. Pero leyendo algunos datos de tu vida te siento compañera de camino, compañera de alegrías y llantos disimulados, compañera...
   Mi corazón intenta acomodarse en tu pintura, en aquélla lejana Roma de 1820. Desde cerca te veo más hermosa, tu rostro es sereno y levemente surcado por algunas líneas.
  Tu sonrisa es plena y tus ojos... tus ojos me hacen pensar en los manantiales del alba.
   - Te estaba esperando- susurras-¿Por qué has tardado tanto?
   - ¿Me esperabas?, no entiendo.
Sonríes, al tiempo que me invitas a sentarme junto a ti
   - ¿Quieres una taza de té?. Mate no tengo.
Nos reímos juntas. Siento que te conozco desde hace tanto...
   - Amiga -comienzas y la palabra me sorprende- si has venido hasta aquí es porque tienes el alma con más preguntas que respuestas ¿Verdad?
   - Pues... sí, señora, digo beata... bueno ¿Cómo debo llamarte?
   - Ana, sencillamente.
   - Ana... gracias por tu paciencia. Verás, hace muchos años tu imagen me tenía... no se...
   - Sorprendida - te apresuras a servirme la palabra junto con el té.
   - Sí, exactamente... cómo es que eras beata si no eras monja. Yo creía por esos años que sólo las monjas podían serlo.
   - Querida, la casa del Señor tiene muchas habitaciones y todos estamos invitados a hospedarnos eternamente en ellas. El camino de santidad es un regalo que Dios nos pone al alcance del alma, a cada uno según su estado y capacidad, pero nadie está excluido.
   - Amiga, he leído algo, poco, de tu vida y puedo ver que no te fue fácil...
   - Así es. En esta casa vivían mis padres, mis hijos, mi nuera, mi marido y yo... demasiada gente, poco espacio... en la sala y en las almas...
   - Tu marido no era precisamente un río manso.
   - No- y la respuesta aún duele al alma- era más bien un río caudaloso, torrentoso, que a veces desbordaba e inundaba todo con su ira o amargura...
   - Con semejante prueba ¿Se puede llegar a la santidad?
   - Se llega justamente por ella, gracias a ella. Verás... cuando mi marido llegaba del trabajo yo me predisponía a atenderle lo mejor que podía.
   - Pero... tú también estabas cansada, Ana. La casa, los hijos, tu nuera que era bien distinta a ti... más tus costuras... la verdad no sé quién debía atender a quien.
   - ¿Y hacer de ese encuentro un concurso de cansancios? ¿En qué habría terminado? Hubiera quedado yo peor luego de una segura discusión.
   - ¿Qué debe hacerse, entonces, Ana?
   - Intentar dar un poco más, un poco más de cariño, un poco más de comprensión.
   - ¿De dónde sacabas fuerzas? A mí me cuesta mucho ser amable después de un día complicado.
   - Las fuerzas me la daba la oración.
   - Pero ¿En qué momento orabas? ¡Si no tenías tiempo para nada!
   - Pues te equivocas. Si bien tenía yo un tiempo de oración muy de madrugada, trataba de prolongarlo en mi corazón durante el resto del día. Recordaba la oración de San Francisco...” No busque yo tanto ser comprendido como comprender...” Con esto no quiero decirte que fue fácil.   Grandes batallas había en mi corazón, pero fui aprendiendo a dominar los desbocados caballos de la ira o el rencor y optar por el amor... siempre.
   - Leí que el Señor te regaló dones poco comunes.
   - Sí, Dios es siempre generoso ¿Quieres saber cuál fue el don que más agradecí?
   - Pues, tus visiones supongo...
   - No, amiga mía, no. Lo que más agradecí, pues fue lo que más me ayudó a modelar mi alma a Su gusto fue: la Paciencia.
   - ¿La paciencia? Explícame, por favor.
   - Paciencia para esperar día tras día, año tras año la conversión de mi marido, la dulcificación de su carácter. Paciencia para valorar su virtud de buen trabajador a pesar de su carácter tan duro. Paciencia para vencerle por amor y con amor... paciencia, la más difícil de todas las penitencias. ¿Sabes cómo fui adquiriéndola?
   - No, pero quisiera saberlo, quizás pudiera adquirirla mi alma también.
   - Desde que descubrí que mi alma tiene alas de libertad para volar hacia el Padre. Alas que nadie puede cortarle jamás, porque son su esencia. Cuando supe que era esencialmente libre, libre del rencor y de la angustia, libre del temor y la tristeza, entonces.... entonces supe que podía esperar todo el tiempo. Y que mi espera no sería en vano, si esperaba refugiada en el Corazón de Jesús.
   - ¿Cuándo descubriste esa libertad?
   - Al ingresar como Terciaria Trinitaria. Allí comprendí que había un San Juan de Mata único para mí. Que me enseñaría a liberarme de todas las cadenas que, a causa de los difíciles problemas de mi hogar, iban inmovilizando mi alma.
   - Comienzo a comprender, amiga... gracias... gracias por tu tiempo y tu paciencia, tus consejos y tu cariño. Creo que es tiempo de volver a mi banco, pues la Misa está por comenzar. Llegue a ti llena de dudas y preguntas. Me voy con el alma llena de caminos.
    Sonríes, mi alma te abraza. Tienes el cabello perfumado como los amaneceres de la primavera.
   Ana María Taigi, la beata, la del cuadro, la de la Roma lejana, la de los ojos del alba eterna. Vuelves a quedarte quieta en la pintura.
   Regreso a mi banco cerca de la Virgen del Remedio.
   Comienza la Misa... de vez en cuando te miro de reojo. No ya con las dudas de mi adolescencia, sino con la certeza de tu amistad. Me miras, sonríes. Casi en la mesa del dibujo puedo ver dos tazas de te.
   - Ana-susurro- olvidaste retirar las tazas...
   - No, amiga, estarán siempre aquí, para ti o para cada mujer que quiera compartir conmigo sus dudas, su dolor, su cansancio o su alegría.
   Sonrío, mi imaginación va más lejos aún. Nuestra Señora del Remedio coloca una taza más en la mesa.
   Sé, ahora, que ambas esperan... Volveré, tengo tanto para conversar con ellas.

   Quise escribir estas líneas como simple homenaje a una sencilla mujer que, desde una pintura, llego a mi corazón en el despertar de mi vida y yo no entendí. Pasados los años me acerco a ella con otra mirada, con otros sueños, con otra cruz. Ojalá hubiera sabido antes que en la casa de Ana Maria Taigi siempre hay, para quien la visite, una taza de té caliente, y un corazón amigo...
Autora María Susana Ratero
susanaratero@gmail.com
Nota de la autora: Estos relatos sobre María Santísima han nacido en mi corazón por el amor que siento por Ella. Este relato se encuentra en mi segundo libro "Palabras bajo el manto de María".

 



sábado, 13 de noviembre de 2021

Mi última visita


 



¿He de volver a verte,
así expuesto, mi Amado?
¿Cuándo será, Jesús,
mi última visita al Sagrario?

Sin dudas, no lo sé
ni puedo imaginarlo,
más, una será la última,
una, y no sé cuándo.

¿Cómo han de ser, entonces
mis visitas, oh Amado,
si después de la última
te he de hallar glorificado?

Si es ésta la última vez
que mi alma ha de verte,
si a Tu presencia hoy me lleva,
inmutable, la muerte…

Te pido misericordia
por tanto olvido entregado,
y también te la pido
para todos los que amo.

Que en esta última visita
no quede nadie olvidado,
de los que, a mi oración,
se han encomendado.

Te ruego para todos,
cercanos y lejanos,
infinita Misericordia
para volver a encontrarnos.

Y en esta última mirada
que mi alma te regala
quiero decirte tanto
y no sé decirte nada.

Dame Señor la gracia
de mi alma preparada
para viajar a Tu encuentro
de mis culpas liberada.

Autora: María Susana Ratero

susanaratero@gmail.com

 

sábado, 14 de noviembre de 2020

Carta de la Beata Madre Tránsito Cabanillas a una mujer de hoy

  Mi querida amiga:

                            Esta carta es para vos, que tenés una foto mía en tu bolso, en tu mesita de luz o pegada con cintex en la humilde pared de tu cocina.

                            Estas palabras son para vos, que me mirás entre lágrimas porque sentís que ya no sos niña, que la vida se te abalanza y a tu alrededor todo parece una selva...o quizás sientas que tu matrimonio peligra, o tu hijo tiene triste el alma, o tu mamá está grande y demasiado sola y te cruzás la ciudad para verla (porque tu casa es chica y no te la podés traer con vos).

                            El otro día me decías “¡Ay Madre, que difícil se
me está poniendo la vida!”. Yo me senté a tu lado, te abracé sin que lo notaras e intenté decirte muchas cosas... pero no me escuchabas, pues tenías demasiado lastimada el alma.

                            Por eso quise escribirte... para que tengas este pedacito de mi corazón a tu alcance cuando la soledad te inunde... cuando tengas  más preguntas que respuestas... cuando tus pasos ya no atinen caminos...

                            Quiero contarte lo que fui aprendiendo en medio de dolores y alegrías, errores y aciertos, sueños y desilusiones. No importa si yo escribía a la luz de una vela y vos mandás correo electrónico, o si yo caminaba de San Vicente al centro y vos vas en ómnibus. Ésos, amiga, sólo son detalles técnicos...

                            Verás, la Virgen Santísima ha tejido para mí una canastilla nueva. En ella voy recogiendo tus dudas, tu soledad, tus angustias y alegrías y, cada día, se la presento a María y ella me la devuelve tornada en gracia y ternura para tu alma.

                            Pero esos regalos sólo puedo entregártelos si tenés abierta la puerta de tu corazón (recordá, sólo se abre por dentro).. Quizás vos te preguntés: “¿Cómo hago para mantener abierta esa puerta? Si el viento helado de la soledad o las tormentas del dolor y la angustia la cierran de un portazo, muchas veces a mi pesar”.

                             Te propongo que caminemos, dentro de tu corazón, desde San Vicente hasta la plaza San Martín. En tan largo trayecto, te iré contando que lo primero que debés hacer al despertar es decirle a Nuestro Señor:”Solo a Vos os amo”, y con este pensamiento se te quitará toda pereza. Si sos puntual en la observancia de tus deberes, y ofrecés tus esfuerzos a la Virgen, ella te ha de alcanzar toda la gracia que necesitás y las virtudes que te faltan. Durante el día, hablá mucho con el Señor en la oración. Cuando salís al patio a tender la ropa, tomate un minuto, elevá tus ojos al cielo y agradecé que tengás ropa para tender... en el mundo hay pobres que no la tienen ni para ponérsela.

                             En esta Cuaresma, recordá el gesto de Jesús al lavar los pies.  Vos podés hacerlo de muchas maneras: Perdonando a quien te ha lastimado, sonriendo a esa vecina que resulta tan molesta, visitando a esa abuela del barrio que “esta bien” pero siente que el día tiene demasiadas horas. Te prevengo que tu orgullo se alzará a los gritos. No lo escuchés. Solo imitá a Jesús que nos dio ejemplo de tanta humildad.

                           Recuerdo que acostumbraba a refugiarme, todos los días, en la llaga de su Santísimo Costado y de allí sacaba las fuerzas que necesitaba yo, pobrísima criatura suya.

                             Pedíle a Jesús la gracia de saber aprovechar tantos y tan diversos medios de que se vale para conducirte a El, con seguridad. Pedíle que te dé a conocer el verdadero espíritu con que debés conducirte en todo y su santo amor sea el móvil de todas tus acciones. Mirá, nos vamos acercando a la plaza... He querido mostrarte muchos caminos, que van directo a la puerta de tu corazón... Cuando sientas que ya no tenés fuerzas, que la vida te pasa por encima, continuá caminando hija, recordá que detrás de la puerta te espera una canastilla repleta de gracia y ternura, que María te ha mandado a través de esta amiga que tanto te quiere y te bendice de corazón

María del Tránsito Cabanillas de Jesús Sacramentado. 

Autora: María Susana Ratero

susanaratero@gmail.com

Publicado en "Palabras, bajo el manto de María"

(Las palabras en cursiva corresponden a textos adaptados de cartas de M. Tránsito)

 

Homenaje a la Beata Madre Tránsito Cabanillas de Jesús Sacramentado

(San Vicente es el barrio de la ciudad de Córdoba, Argentina, donde Madre Tránsito funda la orden y la primera escuela, Santa Margarita) 

El viento, en San Vicente,
tiene una extraña tonada,
cadencia de solitarios pasos,
crujir de canasta cansada.

Llega puntual a la cita,
remolinos para su dama,
frente a Santa Margarita,
aguarda cada mañana.

Más, ya no se abre la puerta,
no cruje ya la canasta,
su dama de negro velo,
en la Capilla descansa.

Parte, solitario y lento,
ritual de cada mañana,
de San Vicente al centro,
por conservar sus pisadas.

Repetida ceremonia,
canción de hojas y viento,
para que no se olvide Córdoba,
que hay huellas de santidad,
de San Vicente al centro.

María Susana Ratero
susanaratero@gmail.com
Esta poesía la escribí
 hace muchos años
 y se halla publicada,
 desde entonces,
 en
 www.autorescatolicos.org)

sábado, 10 de octubre de 2020

María Santísima en Naím (Lc 7,11-17)

 

Jesús llegaba a Naím

y a la pobre viuda veía,

llorar a su primogénito

que tan joven moría.

 

Y en las lágrimas de ella,

Jesús vio las de María,

pues, cuando fuese Su Hora

Ella también lloraría.

 

Y entonces paró el cortejo,

que hacia la tumba iba,

y al consolar a esa madre

también consoló a María.

 

Y calladas las lágrimas

al muerto le decía:

"Muchacho, yo te lo digo,

levántate"

y enseguida

el muerto se incorporó

y  muchas cosas decía.

 

Jesús le tomó entonces

y así, vuelto a la vida,

lo devolvió a su madre

que de gozo resplandecía.

 

Prefacio de muerte y llanto

anuncio de nueva Vida

el Hijo resucitado

tendrá en sus brazos María.

María Susana Ratero

susanaratero@gmail.com

8 de diciembre

 

Hoy canta el Cielo y la tierra

por la promesa cumplida

celebramos la Inmaculada

Concepción de María.

 

El Eterno Padre

ya la amaba

cuando el jardín del Edén

Adán y Eva dejaban.

 

Por Divino decreto

la Eterna Sabiduría

redimiría a los hombres

que en pecado vivían.

 

¡Oh Verbo Divino

que a la tierra vendrías!

¿Dónde reposar sin mancha,

sino en la pura María?.

 

Ha llegado el tiempo

del que hablaba Isaías,

es concebida sin pecado

la siempre Virgen María.

 

Oh, flor perfecta del Padre

que en la tierra crecería,

cuna perfecta del Verbo

fue concebida María.

 

Hoy es 8 de diciembre

día precioso entre los días

hoy renace la esperanza,

ya vive en Ana, María.  

                            María Susana Ratero

susanaratero@gmail.com

 

 

El grito de Bartimeo (Mc 10,46-52)


El mundo de Bartimeo

sólo tinieblas tenía

y clamaba limosna

a quien ni siquiera veía.

 

Rumor de pasos y voces

en sus oídos crecía

se acercaba mucha gente

y él no comprendía.

 

A la vera del camino,

a un costado de la vida,

Bartimeo no sabía

Quién era el que venía.

 

Entonces una voz cierta,

como el sol de mediodía,

le dijo:” ¡Grita, Bartimeo,

el mayor grito de tu vida!

viene Jesús, el Nazareno,

la profecía cumplida”.

 

Y sin saber Bartimeo

que era la voz de María,

gritó fuerte y claro

el mejor grito de su vida.

 

“¡Jesús, Hijo de David,

apiádate de mí!”

el ciego suplicaba,

Jesús se detuvo allí.

 

“¿Qué quieres que haga por ti?”

oyó Bartimeo asombrado,

¡Oh voces celestiales

las que le habían hablado!

 

“Ver, Maestro, ver”

fue un sollozo ahogado,

“Pues vé, Bartimeo,

tu fe te ha salvado”.

 

Y ese grito sigue siendo

puerta de tantos milagros

y que mejor que gritarlo,

María, bajo tu manto.

                                              María Susana Ratero

susanaratero@gmail.com

lunes, 7 de septiembre de 2020

Maestra

(va esta poesía en homenaje a todos los docentes, ya que en pocos días, en Argentina, es el día del maestro)

Maestra,
canto de alondras y cuentos de hadas,
perfume de jazmines al nacer la mañana,
flor de eternos pétalos,
en los jardines de la infancia.

Maestra, 
ángel custodio de tantas
ilusiones nuevas,
inmensidad de pájaros azules
despertando la primavera.

Maestra,
veo tu corazón brotado
de tiernos pimpollos, en marzo,
dulces retoños que acariciarás
un año, sólo un año...

Porque noviembre se te abalanza
y te sorprende inundada
en mariposas blancas...
los ves irse, pasar de grado,
más, no se irán de tu alma...

Porque Dios te ha dado, maestra,
un corazón de campanas, 
y de risas, y de besos,
que puede guardar entre magia,
mil pimpollos florecidos,
mil brotecitos de infancia
y eso hace que los ángeles
se enamoren de tu alma...


María Susana Ratero
susanaratero@gmail.com

viernes, 14 de agosto de 2020

María y una habitacion cerrada

   Estamos en  Cuaresma. Para sacar de ella los mejores frutos he de recorrer un camino difícil, quizás el más difícil… y el más postergado. Un camino hacia mi corazón. Para conocerlo, para quitar de él todo el peso inútil e innecesario que le ha dejado el pecado. El peso del rencor, de la envidia, de la soberbia y tantos otros lastres que hacen lento y cansado su caminar.
   Y el comienzo de ese recorrido me lo muestra tu Hijo, Madre querida, en la lectura del Evangelio.
   Pero como este corazón ve a medias, María, necesito me enseñes a descubrir esa puerta que conduce al camino que el Maestro me señala…
   Y te llegas a mi alma y te pones junto a mí en la fila que estoy haciendo por un trámite de la oficina.
   - Dime, hija -me susurras al alma para que este encuentro sea tan solo nuestro, aun en medio de tanta gente.
   - Explícame Señora como puedo poner en práctica las palabras del Maestro: “Tu en cambio, cuando ores, retírate a tu habitación, cierra la puerta y ora a tu Padre que está en lo secreto; y tu Padre que ve en lo secreto, te recompensará”
   - ¿Qué es lo que no entiendes de esta propuesta, hija mía?
   - Pues, Madre, no sé si es que no la entiendo o  me da pena que, para mí, sea tan difícil ponerla en práctica.
   - ¿Y porque la consideras difícil de practicar? Yo la veo tan simple…
   - Madre, es que…- y ante tu gran paciencia para conmigo las palabras se me tornan esquivas- es que… para poder “irme a mi habitación y orar en secreto” necesito algo que, por estos días, me resulta muy escaso… necesito tiempo
   Y sonríes… sonríes y me abrazas, como sólo puedes abrazarme tú, con ese abrazo que descansa el alma, con ese abrazo que hace ver chiquitas las penas…
   - Te preocupas por tu falta de tiempo, cuando deberías preocuparte por tu falta de fe…
   -Discúlpame Madre, pero ¿Qué tiene que ver una cosa con la otra?
   - Todo, hija, tiene todo que ver...
   -  ¿Mi falta de tiempo y mi poca fe tienen algo en común? Explícame, Madre, que mi corazón no entiende…
   - Tu falta de fe es lo que “agiganta” en tu corazón tu falta de tiempo…
   Como te miro sin comprender, pasas directo a la “parte práctica” de la explicación…
   - A ver, hija, ¿Cuánto tiempo falta para que puedas completar el trámite que te tiene esperando en esta fila?
   - Pues, unos treinta minutos.
   -¡Buenísimo! Treinta minutos te alcanzan para ir a tu habitación y orar en lo secreto.
   - Madre- comienzo a asombrarme con tu propuesta- ¿Cómo he de irme a mi casa ahora? No hay “habitaciones” aquí, esto es una oficina… No es que dude de tu propuesta, Madrecita, es que no la entiendo.
   -Hijita, “ir” a tu habitación y orar al Padre en lo secreto es mucho mas fácil de lo que crees. Aquí mismo, sin moverte, te es posible hacerlo.
   - Ay Madre- suspiro agradecida- dime pronto como se hace, pues mi corazón ansia un momento de oración ¿Cuál es la puerta de esa habitación? ¿Dónde la hallo?
   - Busca, hija, que el que busca encuentra…
   Sin saber, exactamente, que es lo que me pides que busque, meto la mano en mi bolso. Parece de locos, pero la alegría con que late mi corazón, me lleva a buscar.
   De pronto, mis dedos se enredan entre las cuentas de mi rosario. Me quedo inmóvil y asombrada. Lo saco lentamente y lo sostengo entre mis manos, mientras susurras…
   - Ahí la tienes, hija, ahí tienes a tu “habitación cerrada”. Míralo con tu corazón y hallaras la puerta.
   Pero no es tan fácil para mí el comprender.
   - Alcánzame Madre toda la fe que me falta para poder ver, en un simple cordón de cuentas, la profunda enseñanza de tu Hijo. Déjame entrar en Tu Corazón, para descubrir este hermoso secreto del Santo Rosario.
   Y mira mi alma, desde tu Corazón, el rosario que sostengo entre las manos. Y voy “entrando en él”, como caminando hacia su interior. Veo sus cuentas un poco gastadas. Cuentas que guardan secretos y lágrimas, súplicas y agradecimientos. Poco a poco ya no percibo el rumor de las conversaciones de las personas que me rodean. Comienzo a rezarlo, meditando en tu Corazón cada misterio. Lo rezo con el alma, mientras mis labios permanecen quietos para que nadie note que voy “caminando” ese camino de cuentas que me tiendes desde tu Corazón.
   El tiempo se fue rápido. Casi me toca el turno en la fila. El asombro se me escapa del alma a través de unas lágrimas que disimulo como puedo.
   Asombro, sí, Madre, asombro que siempre me dejas en el alma…
   -  Hija querida, me alegro que hayas abierto tu corazón para que así comprendas como, pidiendo más fe, puedes superar la “falta de tiempo” de la que te quejas. No era, como creías, “falta de tiempo”… no es el “tiempo” del reloj el que te quita el rezo del Rosario, ese momento privilegiado de oración, sino ese “reloj del alma” que se queda quieto mirando las cosas de fuera sin hacerse la necesaria pausa para alimentarse…
   Te vas mezclando entre la gente más no te vas de mi lado. Ahora sé que hay una “habitación cerrada”, tan pequeña y tan grande a la vez,  que puedo llevarla en mi bolsillo, pero sobre todo en mi corazón…
   Entrar en ella y cerrar la puerta es tratar de hacer ese silencio del alma, ese silencio tan necesario y útil para la meditación. Entrar a esta pequeña habitación es entrar a tu Corazón, Madre, para recorrer de tu mano, los camino de tu Hijo. Las “paredes” de esa habitación ya me conocen, saben de mis penas y alegrías, mis súplicas, mis angustias, mis esperas…
   Ahora comprendo porque me resulta tan difícil tomar un rosario ajeno para rezar. Siento que invado el espacio de mi hermano, que entro en un “lugar” que es de él… Claro, Madre, si estoy  entrando en “su habitación”…
   Gracias Madre Santísima por explicarme tan claro y fácil esta parte del Evangelio que hoy no comprendía…
   Gracias por enseñarme a suplicar mas fe que tiempo pues, con mi fe más fortalecida puedo multiplicar mi tiempo… con una fe más grade, el tiempo ya no es barrera… con una fe enraizada en tu Corazón puedo acercarme a la oración durante todo el día sin descuidar mis obligaciones ni mi descanso….
   Mira, Madre, que hermoso, aun me quedó tiempo en la fila para escribir este relato…

María Susana Ratero
susanaratero@gmail.com

NOTA de la autora: "Estos relatos sobre María Santísima han nacido en mi corazón  por el amor que siento por Ella.”

  




María y la fe de una mama

   Hoy te encuentro, mujer cananea, en un pasaje del Evangelio… (San Marcos 7, 24-30) Y me quedo pensando en ti… en tu dolor de madre, en tu búsqueda de caminos para tu hija…
   Pasan las horas y siento que sigues estando allí, en mi corazón, tratando de hacerme entender, tratando de explicarme algo…. Pero no te entiendo…
   Y como mi corazón sabe que cuando no entiende debe buscar a su Maestra del alma, entonces te busco Madre querida… te busco entre las letras de ese pasaje bíblico que leo y releo una y otra vez….
   De pronto mi alma comienza a sentir tu perfume y me voy acercando al lugar de los hechos…
   Allí te encuentro, Madrecita, mezclada entre la gente que hablaba de Jesús…me haces señas de que tome tu mano. ¡Que alivio para el alma tomar tu Mano, Señora Mía!!!   ¡¡¡Como se abren caminos santos cuando nos dejamos llevar por ti!!!
   Así, aferrada a ti, te sigo hasta muy cerquita de una mujer de triste mirada… Esa mirada que tiene una mama cuando un hijo no esta bien, sea cual sea el problema. Es la cananea.  Pasa por aquí, quizás va a buscar agua o comida… Ve la gente que habla y se acerca. Su dolor le pesa en el alma.
   - Presta atención, hija- me susurras dulcemente, Madrecita…
   Alguien habla de Jesús, de sus palabras, de sus enseñanzas, de sus milagros… Los ojos de la cananea parecen llenarse de luz…
   No alcanzo a divisar a quien habla, ni a escuchar lo que dice, pero, en cambio, puedo ver el rostro de la cananea…
   - Mira cómo cambia la mirada  de ella, Madre- te digo como buscando tu respuesta
   - ¿Sabes que es ese brillo que va creciendo en sus ojos? Es la luz de la esperanza. Una esperanza profunda y una fe incipiente que, como lluvia serena en tierra árida, va haciendo florecer su alma. Dime, que piensas de esto.
   - Pues… que me alegro por ella…
   - Esta bien hija, que te alegres por ella, pero si te explico esto, es también para que comprendas algo. Te alegras por esa mama, pero nada me has dicho de quien estaba hablando de Jesús…
   - No te entiendo, Madre
   - Hija ¿Cómo iba a conocer a mi Hijo esa sencilla mujer si esa persona  no hubiese hablado de Él? Lee con atención nuevamente el pasaje del Evangelio. , “habiendo oído hablar de Él, vino a postrarse a sus pies…” habiendo oído, hija mía, habiendo oído…
   Te quedas en silencio, Madre, y abres un espacio para que pueda volver, con mi corazón, a muchos momentos en los que mi hermano tenía necesidad de escuchar acerca de tu Hijo, acerca de ti… y yo les devolví silencio…porque estaba apurada, porque tenía cosas que hacer…
   Trato de imaginar, por un momento, como fue aquel “habiendo oído”… Cuáles fueron los gestos y el tono de voz de quien habló, cuáles fueron sus palabras y la fuerza profunda de su propia convicción... Cómo la fe que inundaba su corazón se desbordó hacia otros corazones, llegando hasta uno tan sediento como el de la cananea… ¡Bendito sea quien haya estado hablando de tal manera! los Evangelios no recogen su nombre pero sí recogen su fruto, el fruto de una siembra que alcanzó el milagro… ¡Dame, Madre, una fe que desborde mi alma y así, llegue al corazón de mi hermano!
   De pronto, veo que la cananea va corriendo a la casa donde Jesús quería permanecer oculto… Tu mirada, Madre, y la de ella se encuentran. Es un dialogo profundo, de Mama a mama…
   Entonces, con esa fuerza y ese amor que siente el corazón de una madre, la mujer cananea suplica por su hija. Jesús le pone un obstáculo, pero este no es suficiente para derribar su fe….
   Ella implora desde y hasta el fondo de su alma… Todo su ser es una súplica, pero una súplica llena de confianza…
   Entonces, Maria, entonces mi corazón ve el milagro, un milagro que antes no había notado… un milagro que sucede un instante antes de que Jesús pronuncie las esperadas palabras…
   El milagro de la fe de una mama….
   Aprieto tu mano, Maria Santísima y te digo vacilante:
   - Madre… estoy viendo algo que antes no había visto…
   - ¿Qué ves ahora, hija?
   - Pues… que Jesús no le dice a esa mujer que cura a su hija por lo que su hija es, por lo que ha hecho, por los méritos que ha alcanzado, ni nada de eso…. Jesús hace el milagro por la fe de la madre…
   - Así es, hija, es la fe de la madre la que ha llegado al Corazón de Jesús y ha alcanzado el milagro…la fe de la madre…Debes aprender a orar como ella…
   - Enséñame, Madre, enséñame
   - La oración de la cananea tiene dos partes. La súplica inicial, la súplica que nace por el dolor de su hija, ese pedido de auxilio que nace en su corazón doliente. Pero su oración no termina allí. Jesús le pone una especie de pared delante….
   - Así es Madre, si yo hubiese estado en su lugar quizás esa pared hubiera detenido el camino de mi oración…
   - No si hubieses venido caminando conmigo. Pero sigamos.  Jesús le pone una pared que ella ve y acepta… y así, postrada a los pies del Maestro su fe da un salto tal que le hace decir a Jesús "¡Anda! Por lo que has dicho, el demonio ha salido de tu hija". Ese salto de su fe es esa oración que persevera confiada a pesar de que las apariencias exteriores la muestren como “inútil” “para que insistir”… por tanto, hija, te digo que no condiciones tu oración a actitudes de otras personas…
   -¿Cómo es esto Madre?
   - Cuando hagas oración por alguien, no esperes que esa persona ponga de si “algo” para alcanzar el milagro. Tú continúa con tu oración, que los milagros se alcanzan por la fe de quien los pide más que por los méritos del destinatario. Suplica para ti esa fe, una fe que salta paredes, una fe que no se deja vencer por las dificultades, una fe como la de la cananea…
   Y vienen a mis recuerdos otras personas que han vivido lo mismo… desde Jairo (Mt 9,18 Mc 5,36 Lc 8,50)) o ese pobre hombre que pedía por su hijo (Mt 17,15 Mc 9,24) hasta Santa Mónica, suplicando tanto por su Agustín….y alcanzando milagros insospechados, pues ella solo pedía su conversión y terminó su hijo siendo no solo santo sino Doctor de la Iglesia…
   Las oraciones de una mama…
   La fe de una mama…
   Te abrazo en silencio, Madre… y te suplico abraces a todas las mamas del mundo y les alcances la gracia de una fe como la de la cananea, esa fe que salta paredes y se torna en milagro…

María Susana Ratero
susanaratero@gmail.com

NOTA de la autora: "Estos relatos sobre María Santísima han nacido en mi corazón  por el amor que siento por Ella.”

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